19 de agosto de 2015
Querido ciego:
No sé dónde estarás ahora pero le
quiero escribir esta carta para contarle cómo me fue después de dejarle. Pues le
informo que me encontré un amo más miserable y egoísta que usted, para variar,
me mataba de hambre. Sin embargo ahora sirvo a un escudero. Él no es mezquino,
ni avariciosos y se preocupaba por mí. Con él no moría de hambre porque no me
daba de comer, ¡ambos no teníamos qué comer! Era pobre y cumplía honestamente
su trabajo, hasta donde yo sé. Ambos dormíamos en las mismas condiciones
deplorables. ¿Empezó a ver la diferencia entre su persona y él? Ojalá que se
haya dado cuenta. Además este escudero era muy fiel a Dios, antes de dormir
suele decir “Conque, a dormir como
podamos, que mañana, venido el día, Dios proveerá.” Pero no solo me dejo
llevar por las palabras querido ciego. Su responsabilidad y humildad son la
principal razón.
Por otro lado primer amo, quiero
contarte que durante mi estadía con el escudero, me hacía bastantes
reflexiones. Sepa vuestra merced que empecé a recordarlo a usted. A pesar de
que fue muy despiadado conmigo, reconozco que aprendí un par de cosillas
gracias a su rigurosidad. Como menester lo había mamado en la leche, quiero
decir que lo aprendí con mi gran maestro: usted; salí un buen discípulo, tanto
así que aunque en el pueblo, en donde me encuentro ahora, falte caridad y abundancia,
antes de que diera las cuatro, yo ya sabía cómo conseguir dinero y cómo
almacenarlo. Y es así como debo aceptar que gracias a usted aprendí a
sobrevivir por mí mismo.
Bueno, regresando con el
escudero, quiero contarle que nuestra
relación es bastante bueno. A veces cuando consigo un poco de comida lo
comparto con él, y mi amo también lo hace. Como verás antiguo amo, las diferencias
entre ustedes son exorbitantes. Lo que quiero decirle con todo esto es que yo
estimo al escudero y no solo porque no es mezquino ni miserable como usted o el
clérigo, sino también porque veo que es pobre al igual que yo.
Asimismo, sepa vuestra merced que
no todo me parecía bueno. Bastantes veces recordaba la mala suerte que tuve
tanto con usted como con el clérigo. Como he mencionado con anterioridad, yo
era pobre al igual que él, pero al comienzo no me agradó esa idea, a tal punto
que volvían a mi mente las fatigas, pensaba en la muerte y lamentaba mi triste
vida. Con el paso del tiempo me empezaba a dar cuenta lo valioso que era este
escudero.
Por otro lado, una pequeña anécdota le quiero
relatar, donde vivimos empezó a estar infecundo el trigo en esta tierra, el
ayuntamiento decidió que todos los pobres, incluyéndome, serían castigados si
pedían limosna. Fue así como mi amo y yo nos quedamos en ayunas. Estando en
este aflictivo y famélico desamparo, ocurrió que un día, no sé por cuál dicha o
ventura, al pobre bolsillo de mi amo entró un real. Y así fue cómo llegué a la
conclusión de que por más cosas malas que ocurren siempre te espera algo bueno
al final del camino.
Para finalizar querido ciego le
mando un agradecimiento. Sus enseñanzas a pesar de rigurosas me educaron
firmemente y se lo retribuyo. Por ahora estamos a punto de salir de aquella lóbrega,
triste y oscura casa en rumbo a una mejor vida.
Adiós.
Lázaro
No hay comentarios:
Publicar un comentario